El
hechizo nunca fue roto. El Príncipe nunca llegó.
El
rosal que cubría las puertas y ventanas del castillo menguaron las ganas del
Príncipe de ser el héroe de la historia. Eran muchas rosas, eran muchas
espinas, y el Príncipe se desanimó. Pensó que algo tan complicado de alcanzar
seguramente no valdría la pena.
-“Los
convencionalismos son aburridos”- aseguró- “¿Y qué con el Dragón? ¿Para qué
arriesgar mi vida por alguien de quién he escuchado mucho, pero que no conozco?
¿Y si todo lo que se dice de ella es mentira? Si realmente fuera tan bella como
dicen hace ya muchos años que alguien la hubiese venido a rescatar. Ella, esa
Princesa de la que tanto se habla no existe. Allá arriba no hay nadie”- El Príncipe
se dio la vuelta, envainó su espada, montó su caballo y se fue.
Y fue
así como el corazón de la Princesa murió. Aunque “dormida”, ella estaba
consciente que nadie vendría a rescatarla, los Príncipes ya no existen, las
Princesas son patéticas. Murió su alma, se paralizó su corazón, se enfriaron
sus manos, se secaron sus ojos, se calló su voz.
Y se
levantó.
Se
aseguro que no era necesario un Príncipe para poder ser feliz. Podía serlo por
ella misma. Tenía planes, tenía sueños, pero todos ellos se desvanecieron. Solo
le quedaban las ganas de demostrarle al mundo que ya no era la misma tonta que
esperaba, que perdía su tiempo sin razón.
Destrozó
su vestido. Rasgó las cortinas de seda que rodeaban su cama, rompió sus
zapatillas.
Cuando
por fin, decidida, abrió la puerta de su torre, con un grito, horrorizada, se
dio cuenta de la terrible bestia que la aguardaba. Un Dragón enorme, de ojos
rojos y profundos. Parecía tener en su hocico una larga hilera de vidrios,
millones y millones de agujas en largas filas, hambrientas de rasgar, lastimar,
sangrar cualquier cosa que se atravesará por delante.
Su
mirada reflejaba cólera. Sus fauces arrojaban fuego, pero extrañamente era
fuego seductor, y daba miedo. Su fuego prometía el calor que en crudos
inviernos como ese, el sol no podía brindar.
Y la
Princesa, impotente, se encerró de nuevo. No quería ser devorada, ni ser
alcanzada por aquel fuego, temía que
gustara tanto de ese fuego que permanecería el tiempo suficiente para que su
caparazón fuera derretido, caparazón que era su única defensa.
Y pasó
días, noches y meses escondida. Intento varias veces escapar pero siempre
fracaso. Esperaba que el Dragón durmiera
para salir sigilosamente, pero el Dragón era capaz de percibir su aroma a
varios metros de distancia o cualquier movimiento que se hiciera fuera de la
torres de la Princesa, quién corría de vuelta a la torre para volverse a
encerrar.
En otra
ocasión, desesperada saltó por el balcón con la misión impostergable de morir.
El dragón no tardo en percatarse de esto y voló desesperadamente a ella, y la
atrapó en la caída. Él la regreso de vuelta a la torre, derritió las piedras de
la ventana y la selló. La Princesa, segura de que jamás podría salir de ese
infierno y que nunca se libraría de tal Demonio, volvió a dormir para morir.
Se
preguntarán: ¿Qué de interesante tiene esta historia?
La
Princesa, no se daba cuenta de la realidad. El Dragón en realidad la protegía.
Ese era su trabajo. Cuidarla y entregarla solo a aquel hombre que demostrara
ser digno de su amor, pero ¿Cómo estaría seguro el Dragón de quién sería el
hombre digno del amor de la Princesa? Pues, esa era la parte más difícil del
trabajo del Dragón: su propio sacrificio. Solo aquel Príncipe que tuviera la
valentía, la fuerza y el coraje necesario para darle muerte al Dragón era el
indicado para adueñarse del amor de la Princesa. O al menos, eso era lo que le
habían dicho.
Pero, al
igual que a ella, le dolía ver llegar decenas de Príncipes al castillo, y
retirarse apenas veían la complejidad del reto. –“Ellos no saben lo que están
dejando ir”- se repetía.
El
Dragón, se enamoró de la Princesa. Cada que salía de su torre se alegraba y con
la mirada le invitaba a volar muy alto, hasta la Luna si ella así lo pidiese,
quería menguar su tristeza, ayudarle a sanar sus heridas. Pero sus gruñidos a
ella le asustaban, no se daba la oportunidad de descifrar lo que sus ojos le
decían.
¿Y qué
si la Princesa se enamora del Dragón?
Un día,
el Dragón no soporto más. Era tan fuerte el dolor que cargaba en su pecho por
no poder expresarle a la Princesa sus pensamientos, que se ahogaba. La
Princesa, por su parte, se dio cuenta que lo único que le daba sentido a su
vida era el Dragón. Su única emoción, su única descarga de adrenalina era
correr delante de él.
Y
volvió a salir. Y lo observo. Se acercó a él y lo acaricio. Lo miró a los ojos
y por fin pudo descubrir lo que el Dragón intentaba decirle.
Hubo
una vez un Demonio, que no era Demonio, pero lo parecía. Ese Demonio contó la
historia de un Dragón y de una Princesa. La Princesa se enamoro del Dragón. Qué
hermosa historia, ¿No creen? Ahora, ellos construyen un reino para ellos solos.
Su cuento apenas comienza a ser escrito. Pero no habrá tinta ni papel
suficiente para que sea escrito completamente. Tan solo hay un modo de conocer
la historia: VIVIRLA.

Niña, amo tu historia. ¡Eres buenísima! de verdad, hoy en día se encuentra muy poca gente con tanta imaginación y tanto coraje para expresar lo que siente sin importar lo que diga nuestra podrida sociedad.
ResponderEliminar¡Sigue así! Tienes un gran talento, no lo desperdicies. Y por favor, si es posible haz una continuación de este breve relato. Amé con todo mi ser a este feroz dragón.
P.D: Si a eres una adicta a la lectura te recomiendo la aplicación WATTPAD, es gratis
¡Muchisimas gracias! Por comentar y por tomarte el tiempo de leerlo... Me emociona demasiado que te haya gustado, ¡me llena demasiado que te haya gustado! Mil gracias!!!
Eliminar